viernes, 7 de febrero de 2014

EL SILLÓN VACÍO

Hoy he vuelto de nuevo allí, a la sala dormida, sin chispa de alegría, donde las paredes grises entonan su himno. Todo estaba en el mismo sitio, los sillones anaranjados y la tenue luz desolada por esas sonrisas a medias, bajo cuerpos sin aliento.
Te busqué con la mirada, ansiosa por abrazarte, pero no te encontré, ni a esos ojos perdidos mirando hacia la nada, ni a la diminuta figura bajo el pantalón y jersey marrón, ese del mismo color que tus ojos. Quise formular la pregunta, pero la garganta cerraba los sonidos sin apenas poder articular palabra, mientras las lágrimas sin su armadura iban fluyendo en mi interior atravesando cada parte de las vísceras, que sin remedio, desfilaban como una procesión de semana santa.
Te fuiste una noche, la más estrellada del cielo, dejando tus brazos abiertos y un beso lleno de gracias, aunque tus palabras se amontonaban por la enfermedad que te golpeaba día tras día, en cada una de las horas.
Ahora miro alrededor y observo el sillón vacío, aún queda la manta a cuadros con la que tapaba tus pies, hoy abriga otros huesos delgados y fríos.
Ha sido un día de esos, en que las penas muerden mi lengua y gritan hacía cristales rotos.


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