Me llegas,
entre la humareda de aquel barco
que ancla sus redes en mi pensamiento,
mientras te miro en la belleza del silencio.
Eres la mano que cubre mis ojos cerrados,
el murmullo del beso,
la raíz de mis sueños
cuando el respaldo de los párpados
se paralizan ante la temprana muerte.
Y vuelves,
al eje de mi vientre
entre las pinturas celestes de las manos,
al mismo tiempo excitas mi honda piel dormida
sobre el paisaje de tus
dedos.
Eres el blanco escalofrío del cuerpo
en la garra indolente hacia mi sangre,
grito en el calmado fuego
a través del recreo de los labios
cuando desnudas hilos suspirando.
Me llegas.
Callándome en la belleza del silencio.