Para que tú me leas,
entre oprimidas madrugadas
y párpados indecisos
sería capaz de bajar la mirada,
rendirme ante el desmesurado dolor
que me doblega.
Mi credo,
no se pierde en el cuenco de mis ojos
sino que emerge arrullando los labios,
mientras sentencias con plomo
las palabras blancas que delatan
besos sobre rudas manos.
Pero tu rostro
marca distancias largas,
cuando mi voz sosegada
camina con pasos cortos,
y tú,
sigues sin decir
nada.
Para que tú me leas,
entre laberintos dormidos
y consentidos desvelos,
sería arena en los
pies,
el vientre del seno,
la caricia que te vistiera.
Solo,
para que tú me leas.
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