Una tarde lluviosa de enero, donde mis silencios más
taciturnos morían en cada uno de los besos, escuché el murmullo de los
recuerdos. Imaginé tu mirada de mi mundo junto al tuyo, habría sido perfecto
despertar en la calidez de las manos y fallecer lentamente por la línea curva
de tu cuello, al mismo tiempo que la aurora con sus hilos anaranjados iluminaba
la oración de nuestros abrazos.
Que más decir si mi cuerpo fue tu cuerpo, si los poros
dormidos nos recordaron el verbo amar y la más silenciosa melodía hizo revivir
a la euforia junto al afligido gozo.
Ahora, después que la voz del invierno apagó la luz de tus
ojos y los soles de los dedos, quiero que vuelvas a mí, porque fuiste mi risa,
el alma, los labios, la libertad de vivir de nuevo aquella tarde lluviosa de
enero.
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