La
mañana pintaba gris
entre
espesos aires encarnados,
mientras
la pesada lluvia se acercaba
sobre
la firme faz.
Creí
que mi alma estaba segura
pero
la ironía abrió las puertas,
acusándome
con dedos de hierro
cuando
fui juzgada
en
el trono maldito.
Me
señalaste sin dudar
y
de nuevo nada existió,
ni
el sonido de mi voz,
ni
tu lengua fiel
que
en lo más hondo atravesó mi cuerpo.
Y
ahora me culpas del delito
cuando
tú eres el condenado.
Fuiste
sabio,
engañándome
con labios envenenados
al
mismo tiempo ratificaste necias palabrerías
que
de mi dócil boca no salieron.
Yo
no maté.
Soy
inocente,
lo
soy.
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