Con mis cuarenta y cinco años
el sol ha sido el espejo de agua,
y la luna la compañera predestinada
que voló sobre mi pluma.
Cada noche tus manos
han ido tallando versos en el silencio,
donde fuiste la enredadera
y yo la prisionera,
cuando a oscuras el llanto pesaba en el pecho.
Pero me arrastrabas,
entre finas hebras sin malicia
dándome tu sangre,
mientras callada,
descansaba,
enroscada sobre tu cabellera.
Serás mi asilo,
y mi yo más cercano,
la piel que me hace soñar
sobre espejos de agua.
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