Te miro desde mis cruces
y siento que llegas,
cargado de inéditas alegrías
cuando descanso sobre tus emociones.
Me liberas
de la clausura,
de los intramuros quietos
con gusto a vacío,
mientras pueblas risas cuerdas.
Te miro
y te sujeto entre los raíles de mis huesos,
no quiero acordarme del mal aliento de otras bocas,
ni de los verbos mal nacidos.
Quédate Epifanía.
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