Cuatro
paredes se pintaban de fuego
en
aquella chambre de la Rue Rivolí.
Se
amaban,
bajo
el liberado crepúsculo vencido
cuando
aleteaban bocas ignoradas.
Ella se
acercó sin aire
a los
húmedos labios,
y en ese
preciso instante
robándole
el aliento
enmudeció
sus ojos ante el seductor preludio.
Se
desnudó delante del verdoso iris
recorriendo
su espalda con dedos de aceite,
al mismo
tiempo,
se abrió
un torrente incomparable
sintiendo
la pluma de sus mudables yemas.
Quebróse
en susurros olvidados al oído
renaciendo
palabras recitadas
hacia la
poesía de sus labios,
mientras
un te quiero moría en un verso con abrazos.
Segundo
tras segundo
sus
manos lentas,
sin
límites, se bañaban en el rocío de la
piel,
avivando
el acorde de su boca
cuando
esa boca moría entre acordes.